jueves, 23 de noviembre de 2006

El descubrimiento

No recuerdo la edad exacta, pero sí que corrían los primeros años de la década del 60 y yo era un niño asombrado ante el increíble mundo de fantasía que se desplegaba ante mis ojos. Estaba hojeando una revista de historietas de la época, quizá "El Tony", o tal vez "Dartagnan". Me paseaba, deleitado, entre el tupido follaje de una selva, al costado de Tarzán; y por la inmensidad del espacio sideral, con Flash Gordon, sin olvidar el desierto despojado y peligroso que recorrían las sandalias de Nippur de Lagash.

Al impacto de esas historias llenas de imaginación y aventura, se añadía el cuidado tratamiento gráfico: los dibujos eran realmente buenos. Quizá por primera vez, me pregunté cómo se hacían esas pequeñas maravillas en cuadritos. A la pregunta siguió el experimento: en mi cuaderno de primer grado intenté torpemente, con lápiz y mucha voluntad, copiar una de las ilustraciones que más me había impresionado. Después de un tiempo, que pudieron haber sido minutos u horas, examiné el resultado con cierta desconfianza y, para mi sorpresa, descubrí que se veía bastante bien.

Le mostré el resultado a un compañero de grado. El admiró el dibujo, pero dijo que yo no lo había hecho. Traté de convencerlo, inútilmente, por lo menos esa mañana. Y así, ante la incredulidad de un amigo, descubrí que sabía dibujar.